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jueves, 21 de octubre de 2010

todo acaba en un simple adios.

No sé ni cómo, ni cuándo, ni cuánto me enamoré de ti, porque no hay metros cúbicos ni litros para medir todo esto, pero si sé porqué. Porque tienes un hueco aquí, entre el hombro y el pecho, y cuando pongo la cabeza me siento en casa y porque en todas las fotos que tengo tuyas sales siempre sonriendo, en todas.
Y tú, ¿por qué te enamoraste de mí? Yo no escogí enamorarme de ti, pero la primera vez que te besé, nuestros dientes se rozaron por una milésima de segundo, y fue increíble. Y la hora exacta de ese beso eran las cinco menos cuarto, y quité la pila del reloj para que se quedase la hora detenida para siempre. Parada. El minuto exacto en el que me besaste está metido dentro de un reloj. Para siempre. Y ya no sé nunca que hora es, pero me da igual. Y desde entonces miro constantemente el reloj.

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